El pueblo que fue enterrado vivo
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La noche del 30 de octubre de 2010 , el pequeño pueblo de Villa Santa Lucía, en Chile, se fue a dormir como cualquier otra noche. Enclavado en los Andes patagónicos , el pueblo era conocido por su serenidad, un lugar donde se podía escuchar el viento acariciando las lengas y el lejano rumor del río Yelcho.
Por la mañana, gran parte había desaparecido.
El hambre repentina de la Tierra
Alrededor de las 4:00 am, después de días de lluvia incesante, el suelo sobre el pueblo no pudo soportar más.
Un enorme deslizamiento de tierra, provocado por las laderas anegadas, se desprendió de la ladera circundante. Era una ola de lodo, rocas y árboles arrancados , que se desplazaba con la fuerza imparable de un tren de carga.
En menos de tres minutos arrasó Villa Santa Lucía, tragándose casas, calles y autos.
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21 personas perdieron la vida.
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Decenas de personas más resultaron heridas o desaparecieron.
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Familias enteras fueron borradas del mapa.
Una noche convertida en caos
Los sobrevivientes recuerdan haberse despertado con un sonido que no era exactamente un trueno ni exactamente viento, sino algo profundo y sobrenatural, como el gemido de la tierra.
Las ventanas se rompieron, las paredes se doblaron y los pisos se inclinaron cuando el lodo se estrelló contra las casas.
Algunos escaparon descalzos, corriendo por el barro hasta las rodillas en la oscuridad, abrazados a sus niños y llamando a sus seres queridos.
Las secuelas
Cuando salió el sol, lo que había sido un pueblo era ahora un páramo irreconocible.
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Los caminos quedaron sepultados bajo 13 pies de lodo .
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Los árboles fueron alojados dentro de las salas de estar.
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El ganado, los automóviles y las posesiones simplemente desaparecieron.
Los equipos de rescate llegaron, pero su avance se vio frenado por la gran profundidad y el peso del lodo. Durante días, el pueblo olió a tierra mojada y silencio, el tipo de silencio que sigue a la tragedia.
Un duro recordatorio
Sucesos como la destrucción de Villa Santa Lucía no son actos aleatorios de la naturaleza.
El cambio climático, la deforestación y el desarrollo descontrolado de las laderas están haciendo que los deslizamientos de tierra sean más comunes y mortales. A medida que se destruyen los bosques, el suelo pierde su adherencia y las fuertes lluvias se convierten en detonantes catastróficos.
Esta tragedia se convirtió en un llamado a la acción en Chile para leyes más estrictas de gestión territorial y mejores sistemas de alerta temprana. Pero, como demuestra la historia, estas lecciones a menudo se aprenden a costa de vidas humanas.